Por Iván Daniel López
Este artículo nace del cruce entre mundos que, aunque a veces parezcan distantes, comparten una misma pregunta urgente: ¿cómo habitamos la escuela? Desde mi recorrido como estudiante en la carrera de Protección de la Naturaleza, y mi experiencia en la formación de profesores de educación física, elegí crear un proyecto personal que integre la educación ambiental con las artes del circo y la escuela pública.
La educación ambiental, entendida como eje transversal del currículum, no es un contenido aislado ni un tema exclusivo de ciertas áreas. Es, ante todo, una mirada sobre el mundo. Y como tal, debe atravesar la formación docente, incluso (y especialmente) en educación física.
En este campo, el objeto de estudio no es “el cuerpo” como algo biomédico o funcional, sino la corporeidad: esa experiencia encarnada, situada, sensible y cultural que cada persona habita. La educación física tiene la singularidad de desarrollar esa corporeidad a través de la motricidad, en diálogo con el entorno, con lxs otrxs, con el deseo, con la historia.
El circo, como práctica artística y colectiva, ofrece un espacio para que eso ocurra. Un territorio donde la cuerpa no se mide ni se normaliza, sino que se celebra en su diferencia, en su error, en su vuelo, en su juego y en su caída.
“La salud no es simplemente normalidad; es la capacidad de crear nuevas normas.” — Georges Canguilhem
“Más que diversidad, la enfermedad suele ser definida como desviación. Pero… ¿respecto a qué norma?” — Giovanni Berlinguer
Ambos autores critican cómo la sociedad construye normas para clasificar los cuerpos y decidir quién puede habitar ciertos espacios y quién no. En la escuela, estas lógicas se reproducen cuando se espera que todas las cuerpas se muevan igual, aprendan igual, rindan igual.
El circo escolar ofrece una alternativa: una pedagogía donde el error es parte del proceso, donde el riesgo se comparte, y donde la diferencia se vuelve potencia.
¿Puede una niña en silla de ruedas formar parte de una pirámide humana? ¿Un varón con tartamudez hacer clown? ¿Una cuerpa fuera del ideal hegemónico volar en trapecio?
Sí. En el circo, sí.
Porque el circo no pregunta qué puede hacer “ese cuerpo”, sino:
¿Qué podemos hacer juntxs, si cambiamos las reglas del juego?
El circo en la escuela no reemplaza a la educación física, pero puede enriquecerla, abrirla y tensionarla. Es una posibilidad de desandar prácticas excluyentes y construir otras más justas, sensibles y humanas.
La cuerpa también es territorio. Así como defendemos los ríos, los bosques o el suelo, también podemos pensar el cuidado del entorno desde el cuidado de la cuerpa, y viceversa.
El circo cuida: cuida la diferencia, cuida la confianza, cuida los procesos. No hay vuelo sin alguien que sostenga. No hay aprendizaje sin riesgo. No hay educación ambiental sin sensibilidad.
Esta práctica puede ser pensada como una pedagogía ecológica de la motricidad: no sólo porque implica materiales simples o comunitarios, sino porque nos enseña a movernos con otros, sin competir, sin descartar.
Este artículo no propone un método cerrado ni una clase modelo. Propone una invitación a crear. Algunos disparadores que pueden inspirar propuestas pedagógicas:
¿Qué cuerpas han sido históricamente marginadas de la clase de educación física? ¿Cómo las haríamos visibles desde el juego?
¿Cómo sería una práctica de riesgo compartido que no se mida por el rendimiento, sino por la confianza?
¿Qué significa “caer” en una clase? ¿Cómo enseñamos a caer? ¿Cómo sostenemos a quien cae?
¿Qué objetos no convencionales podemos usar para explorar el movimiento, la colaboración y la risa?
¿Qué pasaría si diseñamos una clase de educación física donde el objetivo no es ganar, sino habitar juntas el intento?
A lo largo de este artículo usamos el término la cuerpa como una forma de nombrar aquello que tradicionalmente se ha llamado "el cuerpo", pero desde una perspectiva diferente: encarnada, vivida, política y afectiva.
La cuerpa no es un error de lenguaje: es una decisión poética y pedagógica. Es una forma de cuestionar el lenguaje hegemónico que ha separado la razón del cuerpo, lo humano de lo natural, lo masculino de lo sensible. Nombrar la cuerpa es reconocer que habitamos una experiencia corporal situada, atravesada por el deseo, la historia, el miedo, la alegría y la lucha.
En el marco de la educación física —cuya singularidad reside en el desarrollo de la corporeidad mediante la motricidad—, hablar de la cuerpa nos permite abrir sentidos, descolonizar el lenguaje y construir otras formas de estar en la escuela. El circo, como práctica sensible, nos invita a habitar esa cuerpa: a caer, a jugar, a confiar, a crear.
La cuerpa no es una máquina que se entrena: es un territorio que se habita. Y si aceptamos que la educación física trabaja con la corporeidad, entonces también aceptamos que trabaja con subjetividades, historias, afectos y desigualdades.
El circo no viene a resolverlo todo, pero puede desorganizar certezas. Puede abrir una grieta por donde se cuela el juego, la risa, el temblor. Puede ayudar a imaginar otras clases posibles. Otras cuerpas posibles. Otra escuela.
Y si, como dice Canguilhem, la salud es la capacidad de crear nuevas normas, entonces tal vez el circo sea un modo de sanar la escuela: no corrigiéndola, sino transformándola desde la cuerpa y con la cuerpa.
Georges Canguilhem (1904–1995) fue filósofo e historiador de las ciencias. En su obra propone que la salud no es un retorno al equilibrio, sino la capacidad de crear nuevas normas ante lo inesperado. Su pensamiento influenció profundamente la medicina, la epistemología y la pedagogía crítica.
Giovanni Berlinguer (1924–2015) fue médico, investigador y político italiano. Se centró en la bioética, la salud pública y la justicia social, denunciando cómo la enfermedad puede ser utilizada para excluir, más que para cuidar.
Canguilhem, Georges (2009). Escritos sobre la medicina. Capítulo: “El problema de las regulaciones en el organismo y la sociedad”. Buenos Aires: Editorial Quadrata.
Berlinguer, Giovanni (2004). La enfermedad. Capítulo III: “La enfermedad como diferencia”. Buenos Aires: Lugar Editorial.